"Un imbécil de verdad, aquel para el que el ser imbécil es un rasgo estable de personalidad, no hallará motivo alguno que lo lleve a pedir perdón o a escuchar siquiera los reproches de los demás: vive afianzado en el convencimiento de que está en su derecho y de que, por lo tanto, puede hacer oídos sordos. El imbécil actúa impulsado por la firme convicción de ser especial y no estar sujeto, por lo tanto, a las normas de conducta comunes a todos los demás" ('Trump. Ensayo sobre la imbecilidad', Aaron James).
La comunidad internacional ha sido tan veloz para condenar el uso de armas químicas contra población civil en Siria como para alabar el bombardeo de Trump contra la base militar desde la que supuestamente se lanzó dicho ataque químico. Nadie ha investigado de dónde procedió dicho ataque, ni nadie se ha preguntado por qué el lanzamisiles desde el que se bombardeó a Siria salió desde la base española de Rota hacia costas israelíes días antes de que se conociera dicho ataque químico. Es decir, que no estamos ante una respuesta medida y proporcionada, como ha dicho la comunidad internacional, sino ante un acto deliberado del imbécil que los estadounidenses han elegido como presidente de su país.
Eso sí, para quedar medianamente bien y ser equilibrados, algunas voces le han dicho a Trump que la próxima vez en vez de atacar así a bote pronto, convoque al Consejo de Seguridad de la ONU o pida autorización o informe previamente al Congreso de EE.UU. Trump ha respondido a esto algo así como "hasta luego, Mari Carmen". En una guerra mundial que se lleva jugando durante décadas en el tablero de Oriente Medio, y en los últimos años de forma más intensa y violenta en Siria, la verdad es la primera víctima, como en toda guerra. Y algún que otro líder occidental, como el presidente español Rajoy, no tiene claro quiénes son los malos y quiénes son los buenos en esta guerra. Con la administración Obama quedó claro que ocasionar un vacío de poder apartando a El Assad de la presidencia de Siria sólo beneficiaría a los más fuertes armamentísticamente en este momento, que es el ISIS. Obama comprendió que antes de derrocar a El Assad debía neutralizar las fuerzas descontroladas del terrorismo islamista y pacificar a la oposición o a los rebeldes, y no armarlos.
Bueno, pues Trump no ha entendido nada. Sí ha hecho una vez más gala de su imbecilidad y, encantadísimo de conocerse, como presidente del mundo occidental se ha lanzado en solitario a salvarnos a todo Occidente de los efectos colaterales de la larga y cruenta guerra mundial que se juega en Siria. Y la comunidad internacional se ha arrodillado a su imbecilidad y le ha dado sobradamente las gracias. A este Berlusconi estadounidense no le basta con insultar y mofarse de cualquiera que no piense como él. Ahora, al frente del ejército más poderoso del mundo, no encuentra límites para usar sus armas unilateralmente para salvar al mundo de las hordas de islamistas y tiranos que ponen en peligro nuestra forma de vida occidental.
Sigamos aplaudiendo y sonriendo sus salidas de tono. Cuando queramos darnos cuenta ya será demasiado tarde, y no habrá democracia ni guerra posibles que nos salven del salvador Trump.