Lo que el ácido no logra corroer

Dos jóvenes indios -víctimas de ataques con ácido- rehacen sus vidas gracias al amor

El año pasado hubo 350 agresiones con ácido en India, aunque la cifra real podría ser el triple

Epidemia.- Numerosas campañas piden el cese de los ataques con ácido en India, como de los que fueron víctimas Aarti Thakur y Prashant Pingale

Las agresiones con ácido, cuyo objetivo es desfigurar a las víctimas, avergüenzan a diario a los países del subcontinente indio. Sin embargo, este mes, de esa herida en carne viva para la India y sus vecinos, surge una nota de alivio y humanidad. Aarti Thakur y Prashant Pingale, a los que nada unía antes de ser víctimas de sendos ataques con agentes corrosivos, han anunciado que contraerán matrimonio el próximo junio. Intentaron arruinar sus vidas, pero ellos han decidido darse la mano y una segunda oportunidad.

La pareja se conoció dando charlas con una organización humanitaria, sobre el horror que habían padecido. Aarti sufrió quemaduras en un 20% de su cuerpo, a manos de un pretendiente despechado, mientras que Prashant sufrió lesiones en la mitad de su cuerpo al proteger a su hermana de otra agresión.

Aarti confiesa que durante cuatro años ni siquiera creyó posible salir del túnel, después de que su casero -apoyado por la madre de éste y otros dos tipos- la esperó en la estación de tren, cuando se dirigía al trabajo, para abrasarla con ácido. Quince días atrás la había apuñalado, contrariado porque ésta se negaba a dejar a su prometido por él. En el caso de Prashant, éste defendió a su hermana casada frente al acoso de un pretendiente agresivo y lo pagó con creces. No sólo por el dolor inenarrable y las múltiples operaciones, sino porque la familia de su prometida decidió suspender la boda. Lo mismo le sucedió a Aarti con el prometido por el que se jugó la vida, que la abandonó en el hospital.

El caso de Prashant no es el más común, puesto que el 80% de las veces las víctimas son mujeres, bastantes de las cuales terminan falleciendo por las heridas o se resignan a un rosario de operaciones que raramente logran devolverles la autoestima.

La familia de Aarti es del norte de India y ella vive en Nala Sopara, localidad que hoy en día es poco más que un suburbio de Bombay, pero que ocupa un pie de página en la historia del cristianismo asiático, puesto que fue allí donde el misionero Jordán Catalán enterró hace siete siglos a cuatro mártires franciscanos. Prashant Pingale es de casta brahmán, como ella, pero de lengua marata. Sin embargo, nada ha podido interponerse entre ellos. Y hasta la madre de Aarti, todavía traumatizada a principios de este año, le abrió los ojos ante la heroicidad de Prashant, que le convertía en el hombre óptimo para ella. Él ya llevaba meses seducido por la voz de Aarti y su pundonor.

Cabe decir que, aunque a pesar de que los dos enamorados han sufrido multitud de operaciones, el ácido no alcanzó sus rostros y por tanto, no sufrieron el grado de desfiguración de otras víctimas. Después de la larga noche de dolor, Aarti confiesa que la felicidad fue dar un paseo por la playa de Juhu, en Bombay, anónimos entre la multitud de paseantes, todos vestidos de la cabeza a los pies, por la orilla negruzca de la playa que, desde lo lejos, contemplan las mansiones de las estrellas de Bollywood. Como todos los finales felices, éste es sólo un comienzo. Sin embargo, tanto los agresores de Aarti como de Prashant están en la calle, bajo fianza.

Entre los amigos de Aarti se cuenta Alok Dixit, el periodista de Kanpur cuya militancia en una organización de Delhi, la Asociación de Supervivientes de Agresiones con Ácido, le llevó a emparejarse con una joven víctima, Laxmi. Ésta sí, muy visiblemente desfigurada desde que fue quemada, a los quince años, por un pretendiente de treinta y dos. No se han casado, dicen, por ahorrarse cuchicheos el día de la boda y también por desafiar, por partida triple, las convenciones sociales -Alok es un brahmán, la casta más alta, mientras que Laxmi ni siquiera tiene apellido. Hace unos meses, Alok y Laxmi tuvieron una hermosa hija, Pihu. Y no le pusieron apellido.

La labor de concienciación de parejas como éstas, y de otros como ellos, víctimas o no, ha levantado ampollas finalmente en el Gobierno indio. El año pasado se registraron 350 agresiones con ácido en India, aunque las ONG estiman que la cifra real debe triplicar los datos oficiales. Desde hace cuatro años, se obliga a los comerciantes a notificar sus stocks de ácido y se han limitado los puntos de venta, pero raramente hay inspecciones. También se ha elevado a diez años de cárcel la pena para los agresores. Sin embargo, no se ha apreciado un descenso de víctimas. Para éstas -o por lo menos para los supervivientes- un consuelo menor está al caer. Maneka Gandhi, que fuera nuera de Indira Gandhi -ahora ministra de la Mujer con el BJP-, logró en diciembre que las víctimas de agresiones con ácido pasaran a ser consideradas como minusválidos. Ahora sólo queda que se concrete el reglamento según el cual estas víctimas tendrán derecho a un empleo público, dentro de la cuota de empleos para ciudadanos con minusvalías, que ha pasado del 3% al 4%.

(Jordi Joan Baños, La Vanguardia)