La violencia machista, que hasta hace poco sólo tenía reflejo en las crónicas de sucesos, ha acabado generando una copiosa bibliografía. Cuando se analiza de dónde surge el impulso de agredir, hay consenso entre los especialisas al señalar la falta de autoestima. El individuo abandonado por su pareja sufre lo que se denomina un colapso narcisista. Su ego se derrumba. Ha pasado de creerse que lo era todo para ella a descubrir que no es nada sin ella. Incapaz de asumir su propia debilidad emocional, proyecta su frustración sobre su expareja. Si no tiene la madurez necesaria para entender que se impone iniciar una lenta y dolorosa adaptación a la nueva realidad, se entrega a la violencia en sus múltiples formas.
De todas las variantes que pueden adoptar esas agresiones, las más novedosas son las que se desarrollan on line. Que alguien haga públicas fotos íntimas de la persona que acaba de romper la relación con él (el colmo del colapso narcisista es difundir imágenes de uno mismo practicando actos sexuales con aquélla a quien se pretende castigar) no puede ya considerarse una licencia en el escenario paralelo de internet. No cabe hablar de una violencia blanda por el hecho de que se ejerza en el mundo virtual. Sabemos que una acción como ésta puede causar graves perjuicios a la persona afectada, cuando no su muerte social.
El caso de presunta pornovenganza en la Guardia Urbana que narramos estos días en Tendencias está aún pendiente de juicio, pero parece que el entorno laboral de ambos ha condenado ya de antemano a la denunciante, según se desprende de su testimonio. Esperemos a ver antes de opinar.
Lo que está claro es que sólo las campañas educativas y la acción ejemplarizante de la justicia pueden evitar que se generen corrientes espontáneas de comprensión hacia los sujetos a los que se les ha ido la mano porque sus chicas han decidido romper con ellos.
(La Vanguardia)