Para Ignacio Elguero
Quien ama se ilumina con la visión de la amada que, plena en su cielo, vive en el confín de su sangre, allí donde quien es canta sin sombra. Quien ama escucha esa canción, y no la roba para brillar como un lucero sobre su pecho transparente, sino que en silencio vuela por sus notas hasta que la amada como una diosa exenta fluya por un horizonte sin término. Quien ama no asfixia el corazón de la amada con las algas de sus brazos hasta nublarlo en su propia memoria, sino que lo recibe temblando el misterio de una vida en cuya consumación su tiempo arderá. Quien ama calla cuando la amada se vuelve aurora al contar su historia. No quiere con su voz apropiarse de un alma que, liberada, dice su secreto en un momento de eternidad. Quien ama ve cómo la amada transcurre gozosa por la tela de araña de sus sueños. Y sin despertarla se desnuda para entrar en su blando espacio y cruzarlo con una tensión azul que no hace sino ahondar la invisible senda por la amada elegida. Quien ama no cambia la hora en luna de la amada, sino que desvaría al compás mientras se aleja en busca de una quietud luciente donde a solas la bella herida abierta por la amada curar. Quien ama besa a la amada, y su beso no es cárcel de espuma íntima, sino que, separado, su cuerpo resplandece en la amada como una estrella fija cada amanecer. Quien ama nunca con su pensamiento enclaustra a la amada. Por el contrario, la reconoce en la distancia núbil que de ella siempre le separa. Quien ama nunca apaga las imágenes en las que la amada no se deja de mirar, sino que las empuja con sus ojos hasta que empiecen a germinar. Y luego se retira para no violar la historia concebida antes de él llegar. Quien ama habita la tristeza, pues quisiera que la amada fuese siempre la rosa pura del manar, el tiempo luminoso que queda cuando ella ya no está. Quien ama sabe que sólo es verdad si la amada brilla única en el confín de su libertad. Y desde allí responde la ancha y honda voz del amor. Quien ama sabe que sólo es verdad si la amada se conquista a sí misma mientras el amante abrasado la mira su cima alcanzar.
('La estación azul', Ed. Renacimiento, 2017)